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jueves, 6 de octubre de 2011

Carampa, premio nacional de circo.

La actualidad manda y más cuando es por noticias así. Tengo que reconocer que cuando me he enterado (mi madre se está volviendo aficionada al circo a lo tonto) me ha hecho una ilusión tremenda, por lo cercano y por, quizá, sentirme un poco parte de ello.

Hoy se ha fallado el Premio Nacional de Circo de 2011, y ha ido a parar a manos de la Asociación de Malabaristas de Madrid (AM), los encargados del proyecto de la Escuela de Circo Carampa. Lástima que la mayoría de las reseñas sean compradas a agencias, sería el momento ideal para conocer mucho más de esta escuela y sus gentes, así como para darles un empujón aún mayor aprovechando la repercusión de este galardón.

Fundada en 1987 por un grupo de amigos que se juntaban para hacer malabares y malvivían de espectáculos callejeros o simplemente eran aficionados, el grupo fue creciendo, así como las ganas de hacer cosas nuevas, de impartir clases y de transmitir conocimientos de este mundo adictivo como es el circo. Desde el momento en que aquella primera carpa apareció en los lejanos terrenos cedidos de la Casa de Campo, allá por 1994, su compromiso con la formación fue creciendo; tanto, que ha sido el motivo de este prestigioso galardón. Aquellos primeros años de ilusiones, de ilustres profesores, de trabajar a destajo, de aprender mucho, de estudiar, de disfrutar y por supuesto de crecer. Crecer hasta convertirse en la escuela de referencia en un país donde la formación circense fue durante mucho tiempo un páramo, pero sin olvidarse de ser un punto de encuentro de aficionados al circo, con las puertas siempre abiertas y ganas de seguir mejorando.

Algo más tarde de lo que debiera conocí la escuela, fue para apuntarme a un curso de malabares que impartía un tal Churun. Recuerdo entrar en los recintos del Albergue donde está alojada, el caminito que sube a la loma y nos descubre la tela azul y blanca, las viejas caravanas decoradas, el extraño tótem que nos saluda desde el camino y nos invita a pasar, la carpa blanca, el ruido del tren pasando muy cerca, el suelo de linóleo y toda la gente practicando.


Por eso quiero aprovechar estas líneas para felicitar a todos los que alguna vez pasaron bajo esas rayas blancas y azules, pero muy especialmente a todos los que montaron esa escuela con gran tesón y la han convertido en lo que es ahora. Os deseo muchos años más de éxitos y de alumnos.

A los lectores os dejo un bonito documental sobre la escuela y sus gentes, así como con los enlaces más interesantes que he leído de la noticia.




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