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domingo, 14 de septiembre de 2014

El fallo

Existe un elemento fundamental en el malabarismo, aunque no nos guste: el fallo. El fallo está ahí, acechando, por mucho que uno trate de evitarlo, éste acaba encontrando su hueco y asoma la cabeza

¿Y qué es el fallo? Cuando un elemento que uno está manipulando no hace lo que estaba planeado y, normalmente, cae al suelo, creando un punto de ruptura con lo visto hasta el momento. Las artes circenses son algo orientado principalmente de cara a un potencial público. Uno muestra habilidades extraordinarias, hasta que se crea una magia muy especial. El malabarismo es probable que sea el arte circense menos agradecido. Conlleva las mismas horas de entrenamiento que las demás, pero durante la actuación las probabilidades de fallo se elevan a un grado exponencial. Cada lanzamiento y cada recogida está amenazada por el error. Un error que cambia completamente el foco de la actuación, que rompe, que despista.




¿Cómo se evita? Bien, esta pregunta es fácil. Entrenando. Ni más ni menos, así de fácil y de difícil. Practicando una y otra vez los movimientos, los lanzamientos, los trucos. Automatizando. Agachándose una y mil veces, pues ya se sabe que el malabarista mira más tiempo al suelo que al cielo. Dominando los nervios.

¿Cómo se resuelve? Para esto hay muchas versiones. Una vez se produce el fallo, hay que tener varias cosas en mente. La primera es dónde está uno. Es decir, si uno está entrenando, la respuesta es fácil, me agacho, pienso por qué he fallado y sigo lanzando cosas. Si estoy en escena la cosa cambia. ¿Tiene mi número un personaje? ¿Voy acoplado a la música? ¿Hago un número cómico? ¿Estoy en sala o calle? De todo esto depende cómo saldré del fallo. Uno debe ser consciente de qué estado viene en la rutina y a dónde va. 


Cada uno tiene que probar y ver con cuál solución se encuentra más cómodo y recibe mejor respuesta. Hay quien prefiere recoger del suelo el objeto y seguir como si nada hubiera pasado. Otros prefieren utilizar su personaje para recoger el objeto realizando movimientos similares a los previos (tipo danza o teatralidad). Los hay que aprovechan para hacer alguna broma o chascarrillo y relajar el ambiente (“es que así el truco parece más difícil”). Hay incluso páginas donde te dan varias de estas soluciones para que puedas ponerlas en práctica (ver abajo). Desde luego no parece buena idea poner malas caras en escena, lamentarse, o recoger los objetos con demasiada prisa, porque el daño ya está hecho. Eso transmite una inseguridad al público que hace que también lo pase mal y no disfrute del número.


Pero...¿Importa el fallo? Buenísima pregunta. El eje de todo. Tendemos a ignorar que el fallo existe. Como dijo Sean Gandini en esta entrevista: "El fallo es una parte muy grande del malabarismo, lo curioso es que se hace como si no existiera. Es como la muerte, estamos seguros de que vamos a morir, pero vivimos sin pensarlo, como si no fuera verdad". Todos los vídeos de Youtube de malabares dan fe de esta frase, ahí no se caen los objetos, todos son unos máquinas. Pero el fallo está ahí, esperando su momento, mirándonos de cerca. Viendo cuál es el momento para romper esa arquitectura aérea construida con tanto esfuerzo, bajando a la tierra esa ilusión que desafia la gravedad.

Es muy raro encontrarse con una actuación sin errores, son casi anecdóticas y como tales se recuerdan. Ése es quizá el punto clave, el recuerdo. Los fallos quedan en la memoria, se graban al son del gran "oohhh" que generan al verlos. Por muy complejo o espectacular que sea el número, todos, malabaristas y profanos, recuerdan los fallos tras el espectáculo. Y eso que se es muy permisivo con el fallo. No extraña una rutina con 10-12 errores. Además, se aplaude tras cada uno, es una costumbre. No se sabe si son aplausos de ánimo o de lástima, pero normalmente no son muy bien recibidos por el que actúa (aunque irá en gustos). Es el fino equilibrio entre algún fallo y un completo desastre donde artista y público están deseando que termine.



Ahora bien, ¿hay que evitar ese fallo? Un truco difícil que se consigue "a la tercera" recibe una ovación en pie, ya que se ha ensalzado la dificultad. Incluso la compañía Gandini Juggling, en su espectáculo Smashed utiliza el fallo continuamente, aunque no todo el público lo recibe bien. Algunos malabaristas contemporáneos se abrazan a la "extrañeza" o "modernidad" de su número para que los errores sean mejor aceptados, aunque a veces sea una forma de disfrazar la falta de técnica. Esto cambia por escuelas. En la disciplina rusa, por ejemplo, el fallo no se concibe, no existe, y la única solución es entrenar llevando la técnica a techos altísimos. Los clásicos como Rastelli, Brunn, Kremo, Gatto, Kiss y compañía tampoco fallaban, era impensable. Otros, como Steve "Thegoheads", los utiliza para crear nuevos trucos de una forma bastante vistosa.



Es, por tanto, el fallo, parte de los malabares, nos guste o no. El motor del progreso, lo que hace agacharse para intentarlo de nuevo. Aquél que, en su ausencia, aumenta la dificultad y la belleza de la rutina. Algo a tener en cuenta, que hay que valorar, observar, estudiar y manejar. Ignorándolo no desaparecerá.

 Webs que hablan del fallo:


4 comentarios:

  1. "El público puede perdonar un error, pero jamás el aburrimiento" (René Lavand)

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  2. Genial la frase de Lavand, pero no es precisamente de los que falle.

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  3. En realidad no falla, solo es que se ven los trucos...

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  4. ¡Pero si no lo puede "haser" más lento!

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