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miércoles, 7 de agosto de 2019

Gon Fernández, más allá de doblar aros

Cuando uno trata con Gonzalo Gon Fernández (Madrid, 1990), llama la atención el contraste de la persona con el artista. En escena, Gon es como una explosión, un torbellino de trucos vistosísimos donde sus aros trazan trayectorias imposibles y sufren plegados que ponen al límite su estructura. En persona, Gon se caracteriza por una mirada tranquila, acorde con su habla, envuelta por una sonrisa casi tímida. Si uno se lo cruzase por la calle, no podría imaginar que dentro de ese cuerpo menudo se encuentre uno de los malabaristas más creativos del momento.

Gon, en una imagen promocional de Stoptoï. Foto: Martela Molucas

Reconoce que lo suyo con los aros fue una atracción desde sus inicios como malabarista, sin saber bien la razón, aunque, como explica “creo que me fascina el hecho de poder meterte dentro del objeto, físicamente me refiero, y esto me permite una relación más íntima”. Una relación que comenzó, como muchas, por casualidad, cuando un amigo se dejó tres pelotas encima de la cama. Ya en la adolescencia, junto a Luismi Gil [el cual ya no practica malabares], comienzan a hacerse conocidos en el mundillo cirquero por el gran nivel que demostraban en sus vídeos. Sobre estos años, apunta: “¡Qué divertida la época Circoforum! [el principal foro hispanohablante, ya cerrado], ahí descubrimos que no estábamos solos (…). En nuestros primeros años sólo nos interesaba mejorar la técnica y tomábamos el malabar como un deporte. Nos interesaba mucho más la WJF que el circo”. Así empezó todo, picándose a ver quién lanzaba más objetos, fijándose en referentes como Anthony Gatto, Wes Peden o Thomas Dietz, entrenando “hasta 6 u 8 horas diarias, llegó a convertirse en una obsesión”. En esa época también se inclina claramente por los aros gracias a “Pavel Evsukevich, un ruso que apareció de la noche a la mañana en Youtube lanzando 9 aros y haciendo trucos imposibles con 7. Nunca le veías con mazas y no parecía que las echase de menos. Me sentí muy identificado”, explica.

Gon, en sus inicios

En esos años también descubre que hay escuelas de circo por toda Europa y que uno podía dedicarse a ello. Ingresa entonces en Carampa en 2010, “uno de los periodos más felices de mi formación (…) me hizo tomar consciencia de mi cuerpo por primera vez en mi vida, me enseñó que hay vida más allá de los malabares”, y razona: “son importantes las escuelas preparatorias, forman la base dónde luego construir”. A los 22, decidido a seguir formándose, envía solicitudes a varias escuelas y le admiten en Le Lido, en Toulouse, y se traslada al que, sin saberlo entonces, sería su lugar de residencia hasta hoy. Así explica sus tres años por la escuela francesa: “Lido es una escuela repleta de mitos y leyendas (…), yo tenía una imagen muy distorsionada de ella antes de ir (…). Es cierto que está enfocada a la producción de material, exigiéndote presentar propuestas nuevas cada 2 semanas (…) favoreciendo enormemente la creatividad, pero al mismo tiempo dificulta la concreción”.


Durante el tercer año, mientras prepara su número final, Gon realiza una formación con Iris Ziordia, malabarista afincado en Olot, creando así una pieza de 7 minutos con la que actúa en varias galas por Europa. De ahí contacta con dos Pole National (centros para la creación artística) que le ayudan con “Loop”, la primera obra larga de la compañía Stoptoï, co-dirigida con Neta Oren, malabarista israelí con la que coincidió en Lido. Curiosamente, ambos comenzaron a trabajar juntos tras finalizar la relación sentimental que iniciaron en la escuela. Mientras, Gon también ingresa en la compañía Nicanor de Elia, un colectivo de malabaristas dirigido por el coreógrafo que da nombre al proyecto. Tras estrenar “Copyleft” su primer espectáculo de calle, se encuentran preparando “Juventud”, proyectado para la primavera que viene. Hiperactivo, quiere crear, junto a Andrés Torres, malabarista que también investiga en el doblado de aros, un espectáculo “100 % aros, plástico, bombas y maniquíes”.


Y es que ese doblado de aros es una de las cosas que caracterizan a Gon, junto con los vídeos que publica; sus marcas de la casa. Sobre lo primero, recuerda que “lo de doblar aros vino por un ejercicio de teatro en el Lido, donde tenía que crear un personaje utilizando mis malabares. A mi personaje lo había vestido con una escafandra de aros y empecé a imaginar que sería genial que pudiese “disparar” aros (…) y me imaginé a mí mismo lanzándolos como Spider-Man. Todavía recuerdo el momento que doblé mi primer aro, con miedo, ¡creía que se iba a romper!”. Y comenta que, contra lo que pudiera parecer, solo ha roto unos 100 aros en su vida, de los más de 700 que puede tener actualmente. Gon puede presumir de ser el primer malabarista que, como él explica ”se tomó en serio lo de doblar aros” y desarrollar un estilo a partir de ahí.

Stoptoï. Foto: Martela Molucas


Cualquier vídeo suyo se convierte en un éxito dentro de la comunidad de malabaristas, “creo que hay varios factores, está el tema de doblar aros, que en sí mismo es muy visual (…). La clave es no pensar un vídeo de malabares desde los malabares sino desde el vídeo. Y al mismo tiempo, me gusta que sean los malabares los que digan cosas y no yo” reflexiona. Ya desde su época con Luismi, se percibía ese cariño al realizar sus vídeos, intención que ha perdurado en sus publicaciones posteriores. “La verdad es que me divierte mucho el proceso de creación y le pongo mucho mimo y cuidado. Disfruto mucho con la parte de planificación y montaje. Trato de reflexionar bien dónde voy a colocar la cámara en cada truco antes de ponerme a grabar”, explica.


Preguntado por el significado del malabarismo, tras un periodo de reflexión escribe: “malabar es la disciplina que persigue dar vida a objetos sin la pretensión de que sean más que lo que son, objetos." Y así, este malabarista al que le gusta “practicar surf en verano y pingpong en invierno, bailar sin saber bailar”, va revolucionando como quien no quiere la cosa, los malabares. Que se dice pronto.