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jueves, 30 de mayo de 2013

“Malabarismo no es el objeto, es siempre el cuerpo". Entrevista a Stefan Sing

Una cafetería de Madrid, un café sólo sin azúcar, un par de horas para coger su vuelo de vuelta a Berlín y Stefan Sing accede con una gran sonrisa (su gesto más habitual) a esta entrevista. Acaba de terminar el EUCIMA 2013 y el día anterior, en la Gran Gala, estrenó su nuevo número de malabares, aún sin nombre. Un número sin música llenado con su presencia y que funcionó bastante bien. Tras sus penetrantes ojos azules, Stefan reflexiona cada pregunta y la responde pausado, a veces incluso cuando ha comenzado el siguiente tema, reflejo de la pasión hacia lo que se convirtió en su forma de ganarse la vida.

¿Porqué viniste a nuestro encuentro? Es pequeño y no muy importante a nivel internacional.
Primero porque quería venir a España. Segundo, porque no tenía nada que hacer este fin de semana. Tercero, me servía de motivación para crear mi nuevo número, que estaba en proceso de creación y si tengo una fecha concreta ya tiene que estar listo para ese día.

¿Por qué has hecho un nuevo número?
No lo sé. Mi viejo número en solitario estaba viejo (Pigeon, why do you scare me?). Considero que mi estilo de hacer malabares ha cambiado desde entonces. En cierto modo era más triste, más violento, como mi humor en esa época. Quería expresar lo que he aprendido en este tiempo y mostrarlo en un nuevo espectáculo más abstracto y divertido. La verdad es que estoy contento con el estreno. Sobre todo con el hecho de no usar música, lo que me da mucha libertad, aunque sea arriesgado.



El malabarismo es un trabajo impredecible que pasas de una gran actividad a la ausencia de ofertas. ¿Cómo consigues la estabilidad?
Mi estabilidad es la enseñanza. Doy clases en la ESAC de Bruselas (Escuela Superior de Artes Circenses). En verano me permiten elegir cuántas semanas quiero dar clases, lo que es fantástico. Si tengo muchas actuaciones no doy tantas clases, le doy prioridad a actuar. Ahora mismo mis ingresos dependen en un 70% de actuar y el 30% de enseñar, más o menos. Me encanta enseñar, pero prefiero actuar.

¿Qué aprendes cuando enseñas?
Yo enseño mi forma de hacer malabares, mi perspectiva de los malabares. Aunque intento también dar unas pautas para que los alumnos encuentren su manera de hacer malabares. Aprendo mucho ya que tengo que plantearme constantemente qué quiero enseñar y por qué es importante para mí.
Me gusta enseñar a todo aquél que quiera aprender, de todos los niveles. Aunque prefiero enseñar a gente que ya sepa hacer malabares, que quiera ser profesional y que quiera subirse al escenario. Ya no quiero enseñar a niños, me parece demasiado difícil y no se me daba muy bien.

Eres ahora uno de los dueños de Katakomben [Centro de referencia para las artes escénicas en Berlín]. Háblanos de esta nueva experiencia. ¿Habéis cambiado algo en la forma de trabajar del lugar?
En 2010 el dueño original [Alan Blim] dejó el proyecto, así que, con tres socios [Uwe Mayer, Steve Dyffort y Frank Kraft], montamos una asociación para dirigir el espacio. No somos propietarios porque no podemos ganar dinero con él, estamos subvencionados, simplemente lo gestionamos. Creo que hemos cambiado algo el trato con los socios y usuarios. También cambiamos los suelos y redistribuimos algunas cosas, ahora es un espacio más limpio. Queremos que sea algo más parecido a un laboratorio, donde la gente pueda crear, conectar con otras creaciones, esas cosas. 

En tu web hay un rótulo que dice “When juggling becomes a language” (cuando el malabarismo se convierte en un lenguaje). ¿Cuál es ese lenguaje? Cuando hacemos algo, en verdad estamos comunicando algo. Sobre todo en escena tenemos que estar muy atentos a qué decimos con lo que hacemos. Nuestros patrones, nuestra técnica, todo dice algo que no tiene por qué ser muy concreto (…). Yo no hago 7 bolas porque quiera mostrar que soy capaz de hacerlo, para mí tiene que haber un motivo para hacerlo. También considero importante la puntuación: las comas, los puntos, y creo que debe haber algún signo de interrogación.

El lenguaje siempre tiene que ver con la comunicación. ¿Con quién te comunicas con ese lenguaje?
 Con el público, aunque a veces lo que entiende el público no es lo que yo quiera decir. En verdad yo quiero mostrar una energía moviéndose por el escenario, pero no quiero ser muy concreto. No me importa que el público interprete por si mismo, pero sí que noten que hay algo que deben sentir. 



Imagen: Ben Hopper


Comenzaste a hacer malabares en tu adolescencia porque tu hermano lo practicaba. Pero en otras entrevistas comentas que paraste cuando llegaste a la universidad. ¿por qué? 
Estudié Literatura Germánica y Filosofía. Antes hacía malabares todo el día, casi como un autista. Llegué a la universidad y comencé a conocer gente, ir a fiestas, esas cosas, y paré de hacer malabares, no sé bien por qué. Cuando estaba terminando Filosofía (2004), la propia carrera me hizo pensar que ya no quería pensar, por lo que volví a hacer malabares. Desde entonces volvió a ir a más y más, y encontré trabajo como profesor en una escuela de circo y así hasta hoy.

¿Cuando haces malabares no piensas?
No. Es el objetivo. Si estás en escena y no estás allí, sino pensando en lo que tienes que hacer a continuación, fallarás. Así hacer malabares es una forma de meditación para no pensar. Centrarse en el momento.

Sólo haces malabares con bolas. ¿En algún momento echas de menos algún otro malabar? 
No.

¿Ni siquiera para relajarte y cambiar?
No, para nada. Al principio sí empecé practicando con todos los malabares, pero luego me centré en las bolas, creo que no tienen barreras. Al principio me gustaban mucho las cajas de puros. También disfruto ahora mismo, aunque no lo practique, el hula hoop. Me parece que tiene una gran conexión con el movimiento y los “isolations” [efecto que simula que el objeto está estático en el aire], es un malabar muy interesante. 

¿Cuándo sentiste que querías moverte al hacer malabares?
Vino de pronto, comenzó al hacer la “ducha”, de forma natural, después poco a poco. Me gusta moverme, de siempre, pero de joven era muy tímido como para bailar, pero al tener las bolas delante de mí, me servían como máscara, ya no estaba desnudo. “Mirad, me muevo porque uso las bolas”. Me encantó que en el Open Stage del encuentro hubiera una chica que hiciera un número de danza contemporánea, fue muy valiente por su parte [se refiere a Raquel Iniesta, de la Cía Caminante, que actuó en el Open Stage del EUCIMA].

Antes improvisabas mucho en tus actuaciones, ¿sigues haciéndolo? ¿Hay que usar siempre un fallo?
No, en alguna ocasión improviso algún detalle, pero no, ya no. Quizá algo los fallos. Creo que lo más importante es que si lo cometes no pienses “mierda, he fallado”. Es algo que pasa, no le des tanta importancia. Intenta experimentar qué pasa si fallas. Cuando hago una actuación mala me siento mal tras ella, pero no durante.

¿Dónde te gusta actuar?
No tengo lugar fijo para actuar, simplemente lo que me va surgiendo. Antes actuaba mucho en cabaret, interpretando números cortos, más técnicos. Ahora que hice el número con Cristiana [Casadio, bailarina, su mujer y compañera de escenario] y ha cambiado un poco mi punto de vista sobre lo que significa actuar. Con Cristiana es un show de una hora y diez minutos. Me gusta hacerlo completo, así que prefiero en un teatro, o en un espacio de danza. Me gusta que haya gente no-malabarista que me vea y diga: “ah, no es un número simple, ni muy circense; hay algo de danza y otras artes”. Esto en Alemania es muy dificil ya que el circo está muy asociado a una imagen muy concreta, no es arte, es entretenimiento.

¿Has tenido alguna actuación que recuerdes especialmente?
Tuve una desastrosa una vez en un Festival de Circo de Turín, al ir a salir al escenario me tropecé y me caí nada más empezar. Después de eso fallé como veinte veces durante la actuación [risas].
También las hay buenas: hace pocas semanas, en una actuación con Cristiana y otros 16 artistas, actuamos en un teatro ante un público que tendrían unos 70 años de media. Al terminar, pudimos ver a la gente levantándose lentamente y con gran esfuerzo sólo para aplaudirnos de pie. Fue muy emocionante.



¿Por qué crees que está gustando tanto tu número con Cristiana?
Porque es muy simple, es un número sobre hombres y mujeres, sobre el amor. Cuando ves a una pareja de hombre-mujer en el escenario, de lo que sea, inmediatamente sientes algo.

¿Crees que estáis entre dos mundos como son la danza y el circo?
Yo no veo las fronteras entre ambas, al menos desde mi perspectiva. Mostramos una historia de amor, con algo de técnica, sí, pero una historia de amor. Al principio intentamos no hacer una historia de amor, pero no fue posible, acababa saliendo.

¿En qué momento crees que se encuentra ahora el malabarismo? Con toda esta progresión de los últimos años, los vídeos de internet, el desarrollo artístico, el aumento de convenciones, etc.
Creo que ahora mismo hay como tres vertientes. La más clásica, que siempre estará ahí. La que los ve como hobby, que me encanta porque me parece un gran hobby. Y yo creo que ahora mismo hay una gran progresión en la gente que intenta decir cosas con el malabarismo, incluso comparado a hace 10 años. Ahora hay más gente intentando hacer secuencias, más que decir: “mira, hago 5 mazas”. Se presta más atención al ritmo que al truco, y me gusta mucho.

¿Crees que hay, en algunos sectores del malabarismo, una especie de obsesión por la investigación? Gente contantemente presentando nuevos movimientos y trucos, aunque estos sean horribles y aburridos, sólo por el afán de mostrar cosas nuevas.
Me parece muy “cool” que haya gente que investigue tanto, no quiero evaluarlo. Si les gusta, me parece bien, aunque a veces me parece que es algo parecido a masturbarse [risas]. Creo que detrás de la búsqueda tiene que haber una reflexión sobre qué significa a la hora de actuar, o cómo aplicarlo a la actuación.

¿Consideras que hay una corriente ahora que intenta esconder la falta de técnica bajo una máscara de movimiento o modernidad?
Puede ser. Aunque por ejemplo a mí me gusta mucho el circo escandinavo, porque hacen cosas realmente extrañas con muy buena técnica. Me parece la combinación ideal.

Cuando ves un número técnico, ¿Piensas: “oh, está bien, pero no me convence”?
No puedo ver un número de Anthony Gatto y decir: “es una cagada lo que haces”. Es una decisión. Si quieres ser el más técnico me parece perfecto, lo disfruto pero no me llega dentro, no transmite. Quiero un número que mueva emociones dentro de mí. Hay otros que, aunque son clásicos, sí transmiten emociones; como Kris Kremo, cuando lo veo me parece que se divierte.

¿Por qué subir un vídeo a Internet? ¿Tiene que ver con el ego?
[Risas] Todos tenemos ego, claro. Está la parte de decir “mira lo que hecho, cómo mola”, también está la parte de mostrar cosas que jamás haré en escena, y que me da pena que no se vean. También me gusta cuando subes un vídeo y hay comentarios que te lo agradecen, es guay, les das algo de felicidad y te la dan a ti. Lo que no se ve tanto son vídeos de circo que pretendan ser artísticos en sí mismos más que mostrar algo.
¿Quieres que tu hijo sea malabarista ?
Me da igual. Aunque ahora mismo no le gusta mucho cuando hago malabares porque significa que es tiempo que no estoy con él, y los rechaza [Matía, el hijo que tiene con Cristiana Casadio, tiene 3 años en el momento de hacer la entrevista] . Espero que él encuentre algo donde poner todas sus energías. Mi sueño sería que fuera un futbolista profesional. Soy tremendamente aficionado al fútbol. Sigo varias ligas europeas, no sólo la alemana. Me gusta el Borussia de Dortmund, también el Barcelona de ahora.

Matia y Stefan, con camisetas del EUCIMA y del blog, respectivamente

¿Qué es el malabarismo para ti?
El malabarismo es movimiento, no es el objeto, es siempre el cuerpo. Es el movimiento del cuerpo el que hace al objeto ser malabareado. También es ritmo, como tocar una batería, sólo que se ve, no se oye. Y también es una arquitectura que se forma momentáneamente en el aire; una metáfora de cómo se maneja el mundo exterior. Ah, y una forma de meditación.

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